Cada vez me sorprende más la ingente cantidad de libros, tratados especializados, estudios psicológicos o elucubraciones teológicas que se han escrito (y se siguen escribiendo) en torno a la necesidad del perdón y la importancia de la reconciliación. Muchos de esos libros nos han ayudado a descubrir dinámicas enriquecedoras, nos han posibilitado crecer en el milagro humanizador del perdón, nos han dado pistas de cómo poner en práctica y vivir con profundidad ese nuevo recomenzar que tantas veces supone la reconciliación. Sin embargo, me sorprende todavía más que la gran mayoría de estos escritos y reflexiones se sustentan en un común denominador, casi todas las teorías y propuestas se dan la mano y miran al mismo punto de partida. Tesis, artículos, ensayos… casi siempre están fundados en la misma clave de bóveda. El fundamento originario, la raíz primera que da sentido y significatividad a aquello que hemos llamado perdón es la revolucionaria originalidad del Maestro de Nazaret.
A lo largo de todo el ministerio de Jesús podemos encontrar los matices que configuran su dinámica reconciliadora, pero si quisiéramos resumir en unos pocos versículos la quintaesencia del perdón que ofrece Jesús, si tuviéramos que exponer una síntesis de lo que él entiende y propone como reconciliación, creo que muchos coincidiríamos en apuntar a este bello relato lucano que hoy nos regala la liturgia. Lc 15, 11-32, el famoso relato del Hijo Pródigo, recoge el culmen del perdón con dos simples trazos, con dos sencillos gestos realizados por el padre de la parábola.
El primer gesto es el cosquilleo existencial que empuja al padre a salir fuera. La actitud del padre no es pasiva, no se queda a la espera cobijado entre las paredes de su casa, no hace de su alcoba un castillo hermético, no se resguarda en sus seguridades y comodidades, no esconde sus heridas y preocupaciones en un egocentrismo melancólico y depresivo, no vive en un conformismo apático e insulso. Por el contrario, la actitud de este padre es siempre despierta y en alerta, siempre ardiendo con un fuego interior que le empuja a salir, a otear el horizonte que se presenta siempre esperanzador, a abrir las puertas y ventanas por si la brisa de la tarde le regala un olor diferente, el olor del regreso, el olor del hijo esperado. El padre de nuestra parábola tiene un corazón inquieto que le mueve, le impele, le alienta, le libera de sus cadenas y ataduras. El padre siempre está dispuesto a salir al encuentro. No espera a que los hijos lleguen, él corre a buscarlos. No espera a que ellos llamen, él ya tiene la puerta abierta, el hogar cálido y la mesa servida. El gesto sanador del padre es salir de sí para ir a buscar al hijo y propiciar un nuevo y transformante encuentro.
El segundo gesto es fruto del primero, es la consecuencia lógica y necesaria. El padre narrado por Lucas sale al encuentro y se funde en un abrazo con el hijo. El abrazo del padre es oleo que calma el dolor de la ruptura, es ungüento que cauteriza las venas abiertas del pasado, es brebaje que reconforta cansancios y sufrimientos, es memoria viva que recuerda el lugar donde siempre se vuelve, es principio y fundamento, es donde todo acaba y donde todo empieza. El abrazo del padre es el sello de credibilidad que supera todas las barreras, que destruye todas las fronteras, que hace cercana todas las distancias, que vuelve efímeras las lejanías. El instante del abrazo es fugaz y eterno. El abrazo del encuentro es tan humano que se vuelve divino. Este abrazo es origen y meta del mayor perdón, de una nueva vida reconciliada.
Tú y yo estamos sedientos de esta dinámica reconciliadora. Tú y yo necesitamos mirarnos al espejo de la verdad descubriéndonos mendigos y donantes de perdón. Tú y yo podemos vivir este tiempo de Cuaresma como un peregrinaje a lo esencial y regalar encuentros y abrazos. Tan solo un encuentro desarma lo cotidiano, tan solo un abrazo lo hace todo nuevo. Al final lo importante se palpa en estos detalles, al final la fe se muestra en estos gestos, al final la vida se resume en encuentros y abrazos.
Manuel Ogalla cmf