CUIDAR A DIOS, AYUDARLE… suena casi irreverente, pero ayudar a Dios no es pretender suplirlo o ser más poderos que Él, sino confiar plenamente en Él, sentirnos en sus brazos y ACEPTAR estar en ellos. Cuidar a Dios significa defender lo mejor y más hondo de nosotros mismos, nuestro ser creaturas habitado, cuidando SU espacio. Ayudar a Dios es ayudar al amor, que no tiene más fuerza que su misma oferta.
Esta es la propuesta que nos hace Etty Hillesum (una joven judía que murió en Auschwitz a los 29 años) en uno de los fragmentos de su diario:
«Corren malos tiempo Dios mío. Esta noche me ocurrió algo por primera vez: estaba desvelada, con los ojos ardientes en la oscuridad y veía imágenes del sufrimiento humano. Dios, te prometo una cosa: no haré que mis preocupaciones por el futuro pesen como un lastre en el día de hoy, aunque para eso se necesita una cierta práctica… Te cuidaré, Dios mío, para que no te pierdas en mi interior, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Sigue leyendo